sábado, 17 de diciembre de 2011

Mucho

Con vehemencia me acerqué y la miré a los ojos. Estaba un poco nervioso debo admitirlo, pero una voz dentro mío me decía constantemente que no tenía que estarlo. No soy un experto para nada en esto, solo le dije lo que me salió en ese momento. Mientras la miraba se me cruzaron un montón de imágenes en mi cabeza, no las veía claramente, corrían a gran  velocidad, aunque tampoco me esforzaba tratando de verlas.
 Cada segundo que pasaba no lo usaba para pensar lo que quería decir, sino para darme cuenta en donde estaba, no miraba alrededor pero sabía lo que había. Cada segundo que pasaba me sentía mejor, aún más seguro todavía. Debí haber hecho gestos que delataban mis nervios, no lo recuerdo todo. Ella seguramente se habrá dado cuenta de que estaba nervioso. No soporté más las ganas de decirle lo que bien no sabía entonces tomé un poco de aire para no tartamudear o equivocarme al hablar y le dije:
“Mucho” Interiormente me sorprendí de lo natural que me salió decirlo, luego lo repetí, pero esta vez fue alargando la “u”, aún más lento que la primera vez y más relajado todavía. Por fin estaba calmado. Ella me escuchaba atentamente sin dejar de mirarme a los ojos. Me acuerdo de sus ojos, que grandes que eran. Me sentía estúpidamente bien al pensar que afortunado era por tener la atención de esos ojos. ¡Eran solamente para mí! Me hace acordar a cuando era  chico, esa vez que me regalaron en el día de mi cumpleaños la bicicleta que tanto quería. Ese sentimiento de posesión lo disfrutaba tanto, pensaba “es mío, es un regalo especialmente para mí, me pertenece” igual es diferente porque con anterioridad ya sabía lo que quería y ya la había visto, pero ese momento fue magnífico, lo disfrutaba tanto. Son los momentos los cuales no los olvidas nunca, siempre quedan en tu memoria. Hem… volviendo a lo que les estaba contando, después de decirle por segunda vez “mucho” sentí que ciertas dudas se me iban aclarando, también tuve una sensación de libertad como que podía hacer lo que quería. Mi mente estaba más fresca y atenta, tan atenta que de reojo observé una monstruosa antena de tamaño gigante a pocos metros donde estábamos nosotros, de la antena se enganchaban muchas antenitas con forma de araña. Temí que se cayera encima nuestro, eso acabaría con nuestras vidas en un instante, pero decirle “mejor nos corremos a un lado porque aquella antena nos puede aplastar” me iba a ser parecer un loco, no quería dar esa impresión. Sentía el deber de protegerla, quería protegerla. Por un momento pensé en alguna  artimaña para que nos corramos hacia un lado, la abrazaría con la escusa de luego lentamente corrernos, o decirle, ven hablemos acá y guiarla para un costado. Pero finalmente no hice nada, nos quedamos en el mismo lugar.
Después de un molesto estornudo que me hizo olvidar lo anterior, se nos acercó un linyera.  Un viejo. Si! creo que era un viejo sucio y olía muy mal. Con una voz ronca nos pidió plata. Me dio tanta bronca que nos interrumpa. Me imaginé golpeándolo rudamente. Pero no lo iba a hacer frente de ella, de ninguna manera, así que apreté fuerte mis dientes, contuve mi bronca y con una falsa sonrisa saqué un poco de dinero del bolsillo de atrás de mi pantalón y sin tocar su mano sucia, se lo di. Por suerte se fue rápido. No quería que nadie se interponga entre nosotros. Después de voltear mi mirada hacia ella, vi sorprendido a un horrible cienpiés gigante de un tamaño enorme encima de su cabeza. Sentí un horrible escalofrío, y me aguanté las ganas de gritar del susto, luego tomé una bocanada grande de aire que de seguro habrá llenado mis pulmones. De dónde habrá salido pensé, nosotros no estábamos bajo ningún árbol donde eso se podría haber caído. En el suelo tampoco había pasto o yuyo, donde el cual se podría haber trepado, y aunque se haya trepado desde su pie, sin duda se habría dado cuenta ¡esa bestia si que debía pesar! Sus pies y su enorme caparazón que las unía debían pesar unos cuantos kilos. Ella me miraba inocentemente sin saberlo y yo no supe como decírselo, tampoco sabía bien qué hacer. Las dudas me agobiaban, mis manos comenzaron a transpirar hasta que vino un viento fresco que secó inmediatamente mis manos y cuando volví a verla ya no lo tenía más al cienpies en la cabeza. El viento de seguro lo habrá arrastrado. Me sentí bien, aliviado de que ese problema se había solucionado rápidamente. Inconscientemente bajé mis hombros que estaban fruncidos y respiré profundo. Había mucho silencio así que sentí que tenía que decir algo, y justo cuando iba a hablar suena una música de fondo, una música aterradora. Gracias a mis preciados oídos refinados pude captar los instrumentos los cuales producían esa siniestra música. Era un cello, un piano, un bombo y timbales, a lo que luego se le sumió una voz y otros instrumentos más. De dónde vendrá, a esta hora y escuchando esa música, cómo puede ser, dije para adentro. Que macabra esa melodía la cual empezaba con el piano y luego la seguía los demás instrumentos. ¡Los timbales! Cada golpe me hacía poner más y más nervioso. Ella me miraba como si no pasara nada pero cómo ¿No la escuchaba? ¿No escuchaba esa macabra música, o no le prestaba atención? Pero cómo no prestarle atención si era tan horrible, cómo no prestarle atención si se escuchaba hasta tal punto que por momentos me hacían zumbar los oídos, cómo lograba ignorar esa horrorosa melodía que parecía provenir del mundo de los muertos. Quise taparme los oídos para no escucharla pero me aguante las ganas. Si ella puede controlarlo, pues yo también puedo, me dije. Hice una rara fuerza con mi cuerpo, como si me aguantara las ganas de ir al baño, lo cual me produjo un estornudo y después milagrosamente no se escuchó más la horrible música. Se sentía una hermosa calma. Festejé para adentro y luego con mi mano me rasqué la nariz que me picaba un poco. Qué mala suerte la mía, por qué me sucede justo a mí y en este momento, pensé. Sin tardar un segundo más, con un poco de miedo de que otra cosa nos vuelva a interrumpir, mirándola a los ojos, le agarré la mano ¡qué suave que estaba! Nunca en mi vida había tocado algo tan suave y sedoso. Me daba la impresión de que mi mano resbala en su mano, pero igual no la quise tomar fuerte por miedo a lastimarla. Después me le acerqué y la besé. Describir ese beso es una locura, es una verdadera locura. No existen palabras que describan lo que fue ese momento.  No sé si existió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario