domingo, 20 de noviembre de 2011

La mujer y su gata

-¡La vi, vino a mi casa! –Exclamó con alegría-
-¡No te puedo creer! ¿Y es como todos dicen qué es?
-¡No! Es mucho mejor. Cuando la vi, sentí como si muchas hormigas me estuviesen caminando por la espalda. Una sensación extraña y a la vez interesante.
-No todos pueden ganar su confianza. Estoy feliz porque al fin lo lograste, mi buen amigo.
- Con mucha pasión miraba la colección de cuchillos afilados en mi cocina.
-Me hubiera gustado ver esa escena, pero como ella tiene un gato, de seguro lo llevó, ¿no? Yo soy alérgico a los gatos.
- Si, lo trajo a casa.
-Ese gato la acompaña a todo lugar que vaya, no se le despega por nada del mundo.
- La forma que lo acariciaba ¡qué manos que tenía! Una mano grande, muy grande, blanca como la harina y sus uñas pintadas de negro. Cada caricia que le daba parecía que estuviese tocando el piano. Hasta podía llegar a escuchar su melodía. El aire que se respiraba en ese momento era melodía. Una hermosa melodía.
-¿Y la gata qué hacia?
-La gata me miraba de una forma la cual jamás me habían mirado anteriormente. Con cada caricia que recibía ronroneaba y movía su cola larga. Me miraba como diciéndome algo. A los segundos pasados nos seguíamos mirando hasta que no resistí los nervios que me producía y aparté mi mirada. ¿Sabés una cosa? Me enamoró ¡así es! ¡me enamoró! Te lo digo sin vueltas, me enamoré de su gata. Tenía muchas ganas de acariciar su hermoso pelo, quería posar mi mano en su cabeza, y que me la lama con su hermosa lenguita seca. Quería hacerla sentir bien con mis caricias.
-¿Pero acaso no la acariciaste?
-No, porque me daba vergüenza, aunque tampoco sé si era vergüenza. Sentía que no era lo correcto. A quien le tenía que prestar atención era a ella no a la gata.
-   ¡ah!... ¿Y antes de que se fueran, le regalaste algo a la señorita por lo menos?
-¡Si, claro! Le regalé un ramito de albáhaca que tenía en mi jardín. No me acuerdo quién me había dicho que le encanta la albahaca.

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