martes, 31 de mayo de 2011

Fragmento de "El Banquete" de Platón.

-Se me ocurre que hasta ahora los hombres no se han dado cuenta en absoluto del poder de Eros, de conocerlo, le levantarían templos y grandiosos altares, y le ofrecerían grandes sacrificios, y nada de esto se hace, aunque sería muy beneficioso, ya que entre los dioses, es el amigo de loso hombres. Es su protector y su médico, y los cura de todos los males que se interponen entre los humanos y la felicidad absoluta. Voy a intentar dar a conocer el poder de Eros, y queda en sus manos transmitir a los demás lo que se vayan a aprender de mis palabras. Es preciso entonces comenzar diciendo cual es la naturaleza del hombre y que modificaciones ha ido sufriendo.
“En primer lugar, eran tres los sexos y no dos como ahora, el masculino y el femenino; un tercero era común a esos dos, y si bien perdura el nombre, el sexo en si ha desaparecido. Entonces, el andrógino era una sola cosa en cuanto a su forma y su nombre, que participaba tanto de lo masculino como de lo femenino, mientras ahora solo subsiste un hombre que ha caído en la ignominia. En segundo lugar,  la figura de cada hombre era por completo redonda, la espalda y los costado era en forma de circulo; tenía cuatro brazos, cuatro piernas y dos rostros  sobre un cuello redondo, idénticos en todo y una sola cabeza sobre esos dos rostros, orientados en direcciones opuestas, y también cuatro orejas, dos órganos sexuales, y así sucesivamente. Caminaba erecto en las dos direcciones que quisiera; y cada vez que se lanzaba a la carrera, de la misma forma que los saltimbanquis dan vueltas haciendo girar las piernas hasta alcanzar su posición vertical, avanzaba dando vueltas apoyados en los ocho miembros que tenía. Los tres sexos tenían estas características por la siguiente razón: el masculino no es un principio que desciende del sol; el femenino, de la tierra; y la luna produce el que participa de ambos, porque también es compuesto de los dos. Y eran esféricos ellos mismos, porque recibieron su forma y su manera de moverse de estos principios. Eran fuertes y vigorosos, y los animaba una gran arrogancia, a tal punto que atentaron contra los propios dioses. Concibieron la idea de escalar al cielo y combatir a los dioses, como dice Homero de Efialtes y de Oto. Entonces Zeus examino con los otros dioses lo que debía hacerse con ellos. El problema no era nada sencillo. Los dioses no querían matarlos ni extinguir su raza, como había pasado antes con los gigantes, a quienes había fulminado con sus rayos, porque entonces pondrían fin al culto y a los sacrificios que los hombres les ofrecían; por otro lado, no podía permitir semejante insolencia. Después de ondas cavilaciones, Zeus reflexiono de la siguiente manera: “creo haber encontrado la forma de conservar a los hombres y volverlos más dóciles, disminuyendo sus fuerzas. Los separare en dos así se volverán débiles y además aumentaremos el número de los que nos sirven; marcharan rectos, sosteniéndose en dos piernas, y si después de este continúan manteniendo su soberbia impía  y no quieren permanecer en reposo, los volveré a dividir y se verán obligados a andar en un solo pie, como los que bailan sobre odres en la fiesta de Caco.”
“Después de pronunciar estas palabras, Zeus hizo la separación tal como lo había resuelto y lo hizo de la misma forma en que se cortan los huevos para echarles sal. De inmediato ordeno a Apolo que les curase las heridas y colocase el rostro y el cuello del lado donde se había hecho la separación, con el fin del que al ver el efecto del castigo, se volviesen más modestos. Apolo puso el rostro del lado indicado, y juntando las tiras de piel sobre lo que nosotros llamamos vientre, lo cosió como si fuera una bolsa cerrada, y dejo en el centro una abertura, la que llamamos ombligo. El resto de los pliegues los alisó y conformo el pecho con un instrumento semejante al que usan los zapateros para suavizar la piel de los zapatos en la horma, y solo dejo algunas arrugas sobre el vientre y el ombligo, a modo de recordatorio del castigo. Una vez divididas, cada mitad buscaba desesperada a la otra mitad de la que había sido separada, y al encontrarse ambas, se abrazan y se unían, anhelando la antigua unidad con tal ímpetu que una vez abrazadas parecían de hambre e inmovilidad, ya que no querían hacer nada sin la otra. Cuando una de las dos mitades moría, la sobreviviente buscaba otra y volvía a unirse, ya fuese la mitad de una mujer entera o mitad de hombre, de forma tal que la raza iba extinguiéndose. Pero Zeus se compadeció y agrego otro recurso; puso adelante los órganos genitales, ya que al estar atrás se demarraba el semen por fuera, en tierra. Entonces la concepción paso a hacerse mediante la unión de lo masculino y lo femenino; si en el brazo se encuentra hombre con hombre, hay al menos saciedad, y después de descansar, pueden prestar atención a sus labores y se ocuparan de las demás cosas de la vida. De ahí proviene el amor que naturalmente nos profesamos unos a otros, ya que nos recuerda nuestra primitiva naturaleza y se esfuerza por reunir las dos mitades y restablecernos en nuestra antigua perfección. Cada uno de nosotros no es más que la mitad de un hombre, deparada del todo como se divide el lenguado en dos. La mitad busca siempre su mitad. Los hombres que provienen de esos seres que se llamaban andróginos aman a las mujeres, y la mayor parte de los adúlteros pertenecen a esta especie, así como también las mujeres que aman a los hombres y las adúlteras. A las mujeres que provienen  de la separación de las mujeres primitivas no les llama la atención el hombre y se inclinan hacia la mujer; a esta clase pertenecen las lesbianas. De igual modo, los hombres que provienen de la separación de los hombres primitivos se inclinan por el sexo masculino. Siendo jóvenes, aman a los hombres, se complacen durmiendo junto a ellos, estrechados en sus brazos. Son los mejores entre los adolescentes  y los adultos, ya que son de una naturaleza mucho más viril. Injustamente se les echa en cara que viven  con desvergüenza, pero en verdad, están dotados de un alma fuerte, valor y carácter viril, y por tanto buscan a sus semejantes. Y la prueba de ellos es que con el tiempo son de los mejores para los asuntos públicos. Cuando se hacen hombres aman a los muchachos, y no se preocupan por el matrimonio ni la procreación de los hijos por su natural interés sino obligados por la ley, ya que les alcanza con pasarse la vida juntos en celibato. Las personas de tal naturaleza se hacen amantes de los muchachos y amigos de sus amantes, ya que se inclinan por aquello que les resulta compatible. Cuando el que ama a los jóvenes o cualquier otro amante encuentra su mitad, el amor y la amistad los une de modo tan pleno que ya no quieren volver a separarse. Estos hombres, de pasar la vida juntos, no podrían decir lo que piden uno al otro, porque si encuentran tan hermoso vivir así, no se puede pensar que sea por el placer de la unión sexual. Es claro que el alma desea otra cosa superior, que no puede expresar, pero que adivina y da a entender. Y si estando acostados juntos se les presentara Hefesto con los instrumentos de su arte y les dijera: “hombres, ¿Qué es lo que quieren uno del otro?, y si al no saber ellos que contestar, continuase diciendo: “Lo que quieren ¿no es estar de tal manera unidos que ni de día ni de noche estén el uno sin el otro? S así lo desean, voy a fundirlos en una sola persona, de modo que mientras vivan lo hagan como una sola persona, y al morir, en la muerte misma sigan reunidos como uno solo. Consideren si es esto lo que quieren y si esto puede hacerles alcanzar la más completa felicidad”. Den por seguro que si Hefesto les dirigiera estas palabras, ninguno de ellos lo desmentiría, convencidos de que el dios expresaba en sus dichos lo que anida en el fondo de sus almas; es decir, el deseo de estar unido y confundido con el objeto amado hasta no ser más que un solo ser. La causa es que nuestra naturaleza primitiva era una y formábamos un todo completo, y el amos es el deseo de obtener ese antiguo estado. Primitivamente, he dicho éramos uno, en castigo por falta cometida nos separó Dios, como fueron separados los arcadios por los lacedemonios. Está vigente el temor de que si cometemos una segunda falta contra los dioses, seamos divididos nuevamente y vayamos de aquí para allá a la manera a la manera de los que están esculpidos de perfil en los bajos relieves, que tienen medio semblante o como dados cortados por la mitad. Es preciso que todos nos exhortemos a honrar a los dioses para evitar castigos y volver a nuestra unidad primitiva guiados por Eros. Que nadie se oponga a Eros, porque enfrentarlo es atraerse el odio de los demás dioses. Tratemos de ganarnos la benevolencia y el favor de Eros, y nos devolverá la mitad de nosotros mismos, felicidad que pocos alcanzan. Que Eriximaco no critique estas últimas palabras como si se refiriesen a Pausanias y a Agatón, porque quizás ellos integran ese pequeño grupo y ambos pertenecen a la naturaleza masculina. Estoy seguro de que todos hombres y mujeres, seremos felices si gracias a Eros encontramos cada uno nuestra mitad y volvemos a la unidad de nuestra naturaleza primitiva. Y si esto es lo mejor, en las actuales circunstancias lo mejor ha de ser lo que esté más cerca, esto es: encontrar un amado cuya naturaleza corresponda a nuestro carácter. Si queremos celebrar al dios que causa esto, celebremos entonces a Eros, que constituye nuestra principal ayuda, guiándonos a los que nos es afín, y proporcionándonos para el futuro la esperanza de que si cumplimos fielmente nuestros deberes para con los dioses, nos restablecerá nuestra antigua naturaleza y, curando nuestra debilidades, nos hará completamente felices. He aquí Eriximaco, mi discurso acerca de Eros. Es distinto del tuyo, pero te suplico que no te burles para que podamos oír los dos restantes, porque no han hablado todavía ni Agatón ni Sócrates.”





martim

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